La primera vez que le dije “adiós” a mi jefe fue en los primeros días de 1992. Todavía no había alcanzado la mayoría de edad, y aunque hoy en día considero que debí despedirme mucho tiempo antes, también pienso que ha sido uno de los logros más importantes que he conseguido en mi vida. La verdad, no fue un logro de libertad financiera, sino un logro de libertad a secas, pues le dije adiós a mi “jefe”, a mi “jefa” y a mis hermanos. Después de años tormentosos, me había librado de esa familia terriblemente disfuncional y tóxica, encabezada por un sujeto déspota, irracional y golpeador. Pude escapar de ella gracias a algo de lo que pocas veces echamos mano para nuestro beneficio y que, por desgracia, recién apenas he descubierto que puede ser un activo, financieramente hablando: la voluntad.

 

Me presento: me llamo Luis, un sujeto ordinario como muchos otros. Nací en la Ciudad de México, pero desde hace mucho vivo en el Bajío. Soy empleado en una dependencia federal donde hago tareas relacionadas con la comunicación; a veces también consigo algunos trabajos de autoempleo que me dan algo de dinero extra. Estoy a unos cuantos años de llegar al quinto piso de mi existencia, aunque como inversionista soy un recién nacido. Pese a mi novatez en el tema, me siento muy confiado en que conseguiré las metas financieras que me he propuesto, a pesar de la dificilísima situación por la que está pasando la humanidad entera. Me refiero a la pandemia del Covid-19, aunque también sé que algunas personas hemos padecido otras infecciones que durante años han paralizado por completo nuestro desarrollo humano y económico. Como la gran mayoría de la gente de este país, crecí sin la más elemental noción de educación financiera. Cuando alguna vez tuve ahorros, no los reuní por un hábito, sino que ahorré de forma esporádica, sin una metodología adecuada ni metas claras. Tampoco sabía de fondos de emergencia y mucho menos de instrumentos de inversión. He vivido al día o sometido al espejismo de las quincenas, y esto ha sido así desde que empecé mi vida “independiente”, a principios de 1992, como les contaba.

 

En aquel año, literalmente huí de mi familia. No voy a mencionar los detalles de cómo lo hice, solo un poquito del contexto. Tuve un padre que no solamente era golpeador, sino también un fervoroso aficionado a humillarme públicamente. Para mí fue tan agraviante lo que me hacía pasar en público que no me atrevo a contarlo; solo diré a grandes rasgos que había pasado mi infancia sin poder ver a los ojos a mis vecinos, amigos, compañeros de escuela y familiares sin sentir una profunda vergüenza. Lo más absurdo de todo es que en realidad no era mi padre, sino mi padrastro, pero en ese entonces yo no lo sabía. Sin duda, esas afrentas fueron determinantes para configurar mi carácter introvertido y mi perfil bajo. Pasada mi adolescencia, un día escapé de esa cárcel y viví durante un año en el departamento desocupado de un compañero del bachillerato. Él era más grande que yo y que todos los demás del grupo, se acababa de divorciar y había vuelto a casa de sus padres. Accedió a prestarme su espacio para que yo lo cuidara y que no estuviera abandonado.

 

No tengo palabras para describir las emociones que sentí la primera noche que pasé en ese departamento. Durante muchos años recordé ese día como el más feliz de mi vida. Sentía que el mundo entero era para mí y que podría conseguir cualquier cosa que quisiera. Era cierto, pero en aquel momento no hice nada más para materializar mis deseos. La voluntad tiene los límites que nosotros mismos le imponemos, y yo me había conformado con algo que entonces me pareció grandioso y suficiente.

 

La voluntad es un activo en el sentido de que, usada adecuadamente, pone valor a nuestras vidas, al contrario del desdén y la indiferencia, que lo suprimen. Eso lo he entendido durante estos pocos meses en los que he estado estudiando y trabajando en trazar y alcanzar las metas financieras que nunca antes tuve. De haber sabido todo esto antes, quizás hubiera dirigido mi voluntad de otra manera y tomado mejores decisiones.

 

A favor o en contra, activo o pasivo

 

Durante el primer año de mi vida “independiente” pasé muchísimas horas de mis días en el transporte público, desplazándome de mi casa a la escuela, de la escuela al trabajo y luego de vuelta a casa, ya muy avanzada la noche. Con el bachillerato terminado, al siguiente año me mudé de ciudad para escapar del tráfico de la gran ciudad. Como no tenía compromisos ni responsabilidades mayores, durante muchos años me gané la vida haciendo cualquier cosa que me permitiera pagar mis necesidades básicas: la comida, el alquiler y mis salidas de fiesta de vez en cuando. Todos mis trabajos de esa época fueron diferentes, pero del mismo nivel: fui mesero en varios restaurantes y bares, recepcionista de hoteles, barman, auxiliar en varias oficinas, ayudante de un fotógrafo y hasta guitarrista en un grupo de trova y en uno de música versátil para fiestas. También fui desempleado muchas veces, por supuesto, sin planearlo y sin tener un “colchón” económico, y ni hablar de las deudas nocivas a las que me llevaron estas situaciones. Eso sí, siempre encontré la manera de que no me faltaran los cigarros y los tragos, y con ello puse la voluntad del lado de los pasivos.

 

En ese periodo también adquirí un hábito que me benefició en el largo plazo: todas las tardes iba a la biblioteca, leía todos los periódicos del día y algún libro o parte de él. Pasaba ahí entre una y tres horas diarias. En cierta ocasión, en uno de los restaurantes que atendía conocí a un reportero del periódico de la ciudad y me atreví a preguntarle si habría algún trabajo para mí en su diario. Bastante irrespetuoso y engreído, el sujeto me dijo que no contrataban meseros “con secundaria trunca”. Su respuesta me hirió el orgullo. Estaba cansado de ser un mesero, así que al día siguiente fui al periódico y pedí trabajo como fotógrafo, arguyendo mi breve experiencia como auxiliar. La mujer de recursos humanos que me atendió me informó que no tenían libre ninguna plaza de ese puesto. “¿De qué hay?”, le pregunté. Me miró entre incrédula y divertida, pero igual, me respondió. Esa misma tarde hice las pruebas para el puesto de corrector y por la noche ya me desempeñaba en ese, mi nuevo trabajo, para el que me había preparado silenciosamente y sin darme cuenta en mis tardes de biblioteca.

 

Como corrector duré poco tiempo porque rápidamente me promovieron a una plaza de editor y mi trabajo empezó a destacar por sobre el de mis compañeros, incluyendo a aquel reportero inflado. No solo había dado un salto en mis condiciones laborales, sino también en mi calidad de vida, aunque en el fondo eso fuera aparente. Si bien, tenía más ingresos, también comencé a tener más gastos. Por ejemplo, pagaba la renta de una casa más grande, compré muebles y electrodomésticos que rara vez usaba, me hice de mascotas y cada vez fumaba más y tomaba bebidas más caras. Después de cerrar la edición, todas las noches hacía una ronda de bares junto a otros compañeros. En los siete años que duré en el periódico, nunca me pasó por la cabeza la idea de hacer un presupuesto de gastos, mucho menos de invertir en nada.

 

En cambio, lo que sí me hizo ver hacia el futuro fue estar rodeado de personas más jóvenes que no solo eran mis compañeros de trabajo, sino que además estudiaban. De hecho, no trabajaban para subsistir, sino para sostener sus estudios. Eso me obligó pensar: estos chicos entienden mucho menos que yo sobre este oficio, sin embargo a ellos les pinta un mejor futuro porque se están preparando para ello. Así, con poco más de diez años de rezago, decidí estudiar una carrera. Tuve más dificultades que ellos, pues mis responsabilidades en el periódico eran mayores y debía pasar más horas ahí; no podía darme el lujo de priorizar mis estudios sobre el trabajo, o al menos eso es lo que yo creía. Cuando acabé mis estudios decidí renunciar al periódico y autoemplearme. Le dije “adiós” a mi jefe (ahora sí, mi patrón) y emprendí en el desarrollo de sitios web. Fracasé. Ahora entiendo que tener voluntad es un paso indispensable para conseguir lo que buscamos, pero es insuficiente si no va acompañada de un plan bien definido y una preparación completa.

 

Después de un año de naufragar con ese desastre emprendedor, volví a mi condición de empleado, ya no en el periódico, sino en varias dependencias gubernamentales por las que he pasado durante este largo periodo. Me he mantenido así, pero estoy decidido a cambiar del lado del cuadrante, me preparo y, sobre todo, busco poner mi voluntad a mi favor. Para motivarme, trato de recordar alguna otra ocasión en la que he hecho esto, aunque fuera de manera instintiva. Me remito a aquella tarde en la que mi esposa me anunció que sería padre; de súbito, en aquel momento tuve consciencia de la responsabilidad que tenía por delante, apagué el cigarro que tenía en la boca y desde entonces nunca más he vuelto a fumar. Así, sin más. O cuando hace diez meses me di cuenta que durante dos décadas subí un kilo de peso por año; para revertir esto tomé una decisión determinante: hacerme corredor. Me llevó unas pocas horas investigar y hacer un programa de entrenamiento y de alimentación. Lo he seguido sin dramas y desde hace seis semanas por fin me deshice de mi sobrepeso. Es decir, perdí veinte kilos en solo ocho meses y medio. Sigo corriendo por placer y frecuentemente compito en carreras recreativas.

 

No creo que sea necesario explicar de qué forma estas decisiones han puesto valor en mi vida. Pienso en todas esas personas que han intentado una y otra vez dejar de fumar o bajar de peso y que no lo han conseguido. Yo pude hacer ambas cosas sin las dificultades sobrehumanas que otros creen necesitar. ¿Qué hice distinto? Pienso que la respuesta también tiene que ver con aquellas cosas que no he hecho, con las acciones de otros que les ha permitido crecer financieramente y que yo he dejado de lado. Por esa razón, desde hace unos meses comencé a educarme financieramente e incluso hacer algunas inversiones. Ya saben, paso a paso: estableciendo metas, definiendo mi perfil de inversionista, empezando en deuda gubernamental y reta fija, un poco en las fintech, otro poco más en la bolsa, etcétera, todo esto que seguramente ustedes conocen mejor que yo.

 

Solo tres días después de que comencé a invertir en la bolsa comenzó el desastre financiero provocado por el Covid-19. Se siente horrible ver cómo el valor de tu portafolio va cayendo, pero no voy a desistir. Tengo a mi favor que he dado el primer paso fundamental: decidir con voluntad e inteligencia. Sé que este va a ser el adiós definitivo a mi jefe.

¡MANTÉNTE AL DÍA!

Recibe en tu email información de valor y entérate cuando publique nuevos contenidos

No hago SPAM

23
0
Nos encantaría saber lo que opinas, deja tu comentariox